«En España, el 15 % de los universitarios antes de la pandemia ya eran estudiantes online»

 Carles Sigalés

Carles Sigalés

10/03/2021
Lluís Pastor
Carles Sigalés, vicerrector de Docencia y Aprendizaje de la UOC

 

Uno de los primeros docentes en creer en el aprendizaje en línea (e-learning) desde sus inicios y que más conoce la UOC porque la ha visto nacer y crecer es Carles Sigalés, actual vicerrector de Docencia y Aprendizaje de esta institución, que cumple 25 años este curso. Su vínculo empezó en 1997, siendo profesor agregado especializado en políticas educativas. Y continuó entre 2000 y 2003, y entre 2011 y 2013, dirigiendo los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación, y de 2003 a 2005, siendo vicerrector de Política Académica y Profesorado. Como docente, tiene una larga experiencia en formación de profesionales de la educación en varias universidades. También es autor de varios materiales para la formación en línea (online), en el campo de la pedagogía y de la psicopedagogía. Sigalés repasa en esta conversación con el profesor Lluís Pastor las singularidades de la primera universidad en línea del mundo, la demanda creciente que vive el aprendizaje en línea y el impacto de la COVID-19 en el ámbito educativo.

La UOC fue la primera universidad en línea del mundo hace 25 años.

Efectivamente. Nació en 1995, cuando solo tenía conexión a internet un 0,4 % de la población. El rector fundador, Gabriel Ferraté, fue realmente muy audaz. Tuvo la oportunidad de poner en marcha una universidad a distancia para dar servicio de formación a distancia universitaria en catalán, y lo hizo de manera muy distinta a cómo se había hecho hasta entonces.

El rector Ferraté no se planteó una copia de lo que pasaba en la presencialidad, sino que decidió desestructurarlo todo y reinventarlo de nuevo.

Exacto. Ferraté llevaba muchos años como rector de la Universitat Politècnica de Catalunya y sabía muy bien lo que quería, si ponía en marcha otra universidad. No hubiera tenido ningún sentido replicar las universidades presenciales, pero tampoco lo hubiera tenido replicar las universidades a distancia que ya llevaban más de veinte años de existencia. Y esa fue la clave. 

Como también ha repetido alguna vez nuestro actual rector, Josep A. Planell, el acierto de los que fundaron la UOC —y particularmente del rector Ferraté— fue que se hicieron la pregunta correcta, que no era «cómo vamos a continuar haciendo con la tecnología lo que se ha hecho hasta ahora», sino «cómo la tecnología nos puede ayudar a hacer cosas que hasta ahora eran imposibles de hacer». 

Y eso da pie a un modelo educativo distinto, que ha sido copiado por muchas universidades en el mundo.

Exactamente. Las condiciones óptimas para el aprendizaje se dan cuando se sitúa el aprendizaje alrededor de la actividad del estudiante. Cuando se dice «actividad», se quiere decir que el estudiante tiene una posición activa, y el aprendizaje se realiza mientras desarrolla una serie de actividades, que van desde la lectura reflexiva de un texto hasta la elaboración de un proyecto, la resolución de un caso, el trabajo sobre un reto… Además, el estudiante está acompañado por un profesor que le resuelve dudas, le pone retos, le plantea nuevos problemas y le ayuda a continuar avanzando. 

En la UOC, desde 1995, se tiene al estudiante como una persona que activamente se compromete en su aprendizaje. ¿Con qué otros elementos se cuenta para que aprenda? 

Nuestro modelo educativo tiene tres grandes pilares. El primero es que el estudiante se encuentra en un entorno de aula virtual con un plan docente, que le indica lo que tendrá que hacer en una determinada asignatura y qué competencias va a desarrollar, con lo cual sabe desde el primer momento qué tendrá que hacer durante un semestre para poder avanzar en su aprendizaje y superar la asignatura. Ese plan docente le ofrece una serie de contenidos multimedia necesarios para que pueda seguir aprendiendo. 

Ese plan docente también le articula un proceso de evaluación continua que tiene un doble papel: ir certificando que el estudiante sigue aprendiendo y ayudarle a identificar aquello que necesita mejorar, y ayudar al profesorado a entender qué tipo de apoyos necesita para poder prosperar en la asignatura. 

Y, finalmente, el acompañamiento, que es doble: por una parte, hay el profesor que está en cada una de las aulas atendiendo a los estudiantes —proponiendo esas actividades, resolviendo esas dudas, evaluando— y, por otra, está el grupo, porque en un entorno como el nuestro la interacción entre estudiantes es muy fácil y productiva. 

O sea, tenemos a un estudiante que no está siguiendo unas clases síncronas, sino que se está preparando y está acompañado por su profesor. Entiendo que eso no va a acabar en un examen final, ¿o sí?

No, efectivamente. Hay exámenes, hay pruebas finales en algunas asignaturas, pero son el colofón de un proceso de evaluación continua. La UOC estableció desde el primer momento que la evaluación de los estudiantes iba a ser mediante un proceso continuo en el que, a lo largo de un semestre, el estudiante va elaborando sus trabajos, que sirven para que pueda saber si está yendo en la buena dirección, para que reciba una evaluación parcial de su proceso de aprendizaje y reciba también retorno (feedback) de qué es lo que tiene que mejorar y qué es lo que realmente está yendo en la buena línea. Al final, el resultado de la evaluación final de la asignatura son esas evaluaciones periódicas más, en algunos casos, una evaluación final, que no deja de ser una evaluación de síntesis. Eso es lo que mantiene al estudiante despierto, atento y en activo durante todo el semestre.

Si tenemos cerca de 80.000 estudiantes, y usted dice que hay un acompañamiento continuo de estas actividades del estudiante, hace falta un equipo ingente de profesores.

Efectivamente. Una universidad no presencial —y particularmente una universidad en línea como la nuestra— requiere de un tipo de organización completamente distinto del que uno puede observar en una universidad presencial. 

En nuestro caso —y empiezo por el modelo académico—, tenemos a tres figuras docentes que son clave. Una es el «profesor propio», el que está en plantilla, el que trabaja en la UOC a tiempo completo: hace docencia, investigación y transferencia, está acreditado y cumple todos los requisitos que se le exigen a cualquier profesor universitario, porque es el responsable de toda la actividad académica de la universidad. Si nos ceñimos más concretamente a la actividad docente, es el profesor que diseña la asignatura, el que elige qué recursos de aprendizaje son los más apropiados, el que previamente ha diseñado el plan docente y el que selecciona a sus colaboradores, a los que llamamos «profesores colaboradores», que son los que acompañan a los estudiantes. 

Además, tenemos al tutor, que tiene varias funciones. La primera es ayudar a esos estudiantes que vienen de nuevo a la UOC a adaptarse a un entorno de aprendizaje en línea. La segunda es seguir su proceso de aprendizaje, ver un poco en qué momento pueden necesitar una ayuda adicional… Y la tercera es orientarlos a encontrar salidas en el ámbito profesional o en su continuidad de estudios, en el caso de que esos estudiantes lo requieran.

Si la universidad son equipos de personas pluridisciplinares trabajando para buscar soluciones a gran escala, me imagino que hay un elemento que para ustedes debe ser clave, que es la cuestión tecnológica. 

Las primeras versiones del Campus Virtual eran propias, porque no había desarrollos suficientemente amplios como para aplicarlos a nuestro campus. De algún modo, estábamos yendo de forma anómala por delante de los desarrollos tecnológicos de empresas de tecnología que, a la larga, tenían que tener mucha más capacidad que la nuestra para desarrollar este tipo de herramientas. Con el tiempo, eso ha ido evolucionando y lo que tenemos hoy es un campus mixto que integra desarrollos propios con desarrollos ya externos —en algunos casos comerciales o, incluso, de software libre— que nos permiten acceder a nuevas funcionalidades. 

Estamos en plena pandemia. La universidad ha cambiado de golpe, ha tenido que adaptarse a una situación de emergencia. ¿Cómo se imagina usted la universidad pos-COVID-19?

La pandemia ha obligado a la inmensa mayoría de universidades a moverse hacia soluciones no presenciales. Alguien lo ha llamado «docencia remota de emergencia». Y eso ha generado dos situaciones que son, hasta cierto punto, divergentes. En primer lugar, se ha constatado la idea de que pasar a la modalidad online no es tan sencillo, es decir, que una universidad que ofrece formación en línea se organiza de forma completamente distinta, con lo cual el traslado de la presencialidad a la no presencialidad no es automático. Y ahí se han visto muchas dificultades que han tenido las universidades y que siguen teniendo. La otra es la otra cara de la moneda, es decir, la obligación de moverse a la modalidad online: muchas universidades están aprendiendo muy rápido cuestiones que hasta ahora solamente habían visto de forma muy tangencial. Por lo tanto, algunas de estas universidades van a sacar muy buenas lecciones y podrán ofrecer formación no presencial como complemento de su actividad. 

Y ahora voy a la segunda cuestión. La COVID-19 nos ha encontrado en un momento de crecimiento sostenido de la demanda de formación en línea, y eso es previo a la pandemia. En España, el 15 % de los universitarios antes de la pandemia ya eran estudiantes online. El fenómeno del estudio en línea tiene que ver sobre todo con la demanda de formación a lo largo de la vida, que no para de crecer y que llegó con anterioridad a la pandemia. Lo que está haciendo la pandemia es acelerar procesos que, de otro modo, habrían tardado mucho más tiempo.